No tengo fe, pero tengo WiFi: guía para vivir sin comulgar
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🔴 Fuera del sistema no hay nada (y eso es liberador)
O cómo ser un nihilista alegre en un mundo de creyentes sin fe
No creo en las salidas mágicas. Nunca me sentí cómodo entre quienes prometen comunas autogestionadas, blockchain redentoras o revoluciones limpias. Tampoco entre los satisfechos defensores del orden actual. Me encuentro en ese espacio intermedio, incómodo, en el que nada es del todo creíble pero todo puede usarse con cierta malicia.
He aprendido a vivir dentro del sistema sin creer en él.
No se trata de resistencia heroica ni de una coherencia moral ejemplar. Se trata de moverse por las grietas, de observar desde dentro sin rendirse al entusiasmo ni al cinismo. De hacer que la maquinaria funcione mientras, disimuladamente, le echo arena.
1. La trampa del "anti-sistema"
A estas alturas, los rebeldes son casi una función más del sistema. Protestan contra el capitalismo desde un iPhone. Denuncian las redes mientras monetizan su discurso. Todo suena a lógica de marca personal. Y eso, para mí, es el fin de toda rebeldía.
Yo no quiero caer en ese juego.
No porque sea mejor o más puro. Sino porque me aburre. Prefiero la contradicción que se asume sin escenificarse. El sabotaje silencioso. La risa que no busca likes.
El sistema no se cae con consignas. Se corroe desde dentro, con ironía, pequeños gestos y una dosis saludable de mala leche.
2. Mi anarquismo práctico (en tiempos de simulacros)
No hablo desde una ideología. Hablo desde la autodefensa. Aprendí a usar las reglas para vaciarlas de sentido. Imparto cursos certificados pero enseño a pensar por fuera de los temarios. Firmo papeles con cara de funcionario pero en el reverso dibujo absurdos.
He usado la burocracia para hacer sabotaje simbólico. No para escandalizar sino para dejar una grieta. Alguna vez redacté informes impecables que eran, en realidad, una broma interna. Y los firmé con la seriedad que se espera de un profesional.
Es un juego lento, pero eficaz.
Aparentemente inútil. Pero que infecta vidas individuales. No colectividades.
Con el lenguaje inclusivo he hecho algo similar. No para burlarme, sino para evidenciar su carácter performativo. Como experto en marketing digital, elaboré estrategias que parecen seguir la norma pero la evitan. Cambiar "camionero" por "persona que conduce un camión" no es solo una acrobacia lingüística: es una forma de cuestionar la lógica binaria sin alardes. Hago que las marcas hablen en segunda persona del singular. El "tú" esquiva el género y, de paso, el artificio. Y, además, lo enseño cuando imparto formación en este ámbito.
No es que tenga una fe alternativa.
No creo en el mercado... ni en la revolución. Me niego a ser un esclavo satisfecho. Me muevo con el sistema, como quien usa una herramienta oxidada sabiendo que un día puede romperse en las manos.
3. La única revolución posible: ser inclasificable
No me interesa formar parte de una tribu. Cada vez que alguien intenta etiquetarme, me escapo por un costado. Si me dicen anarquista, se sorprenden de que use herramientas del capitalismo. Si me llaman conservador, no entienden por qué dinamito dogmas con tanto placer.
No encajar es mi forma de no colaborar.
Una forma absurda e inútil, pero válida como cualquier otra. Me deslizo entre discursos, adopto formas que me permiten sobrevivir sin rendirme. A veces me preguntan: "¿no es incoherente lo que haces?" Y respondo que, precisamente, esa incoherencia es mi forma de coherencia.
No le digo a nadie "el sistema es malo". Digo: aprendamos a piratearlo. A vivir dentro sin tragarnos el cuento. A jugar con las herramientas sin creer en su propaganda.
4. No hay "afuera", solo resistencia nómada
El sistema es el aire. No se puede salir de él. Pero eso no significa que haya que obedecer. Se puede respirar con desconfianza. O incluso escupir de vez en cuando.
No creo en la pureza. La naturaleza, el metaverso, las revoluciones: todo eso son fantasías de huida. Yo prefiero quedarme aquí, en lo sucio, lo contradictorio, lo que no luce bien en Instagram.
Cobro por mi trabajo, pero regalo ideas. Uso plataformas que desprecio. Enseño en instituciones en las que no creo. Y, en ese gesto, hay una forma de resistencia.
Este mismo texto lo publico en un blog repudiado por Google. Un espacio oculto, que no culto. Invisible. No espero que cambie nada. Pero me gusta la idea de dejar estas palabras donde nadie las busca. Como quien deja un grafiti en una pared que está por demolerse.
5. No es un manifiesto
No quiero seguidores. No me interesa ser referencia. Si alguien encuentra algo útil en esto, que lo use y lo deseche cuando ya no sirva. No propongo una teoría.
Solo comparto cómo sobrevivo yo a esta farsa.
No tengo un legado. Solo rastros. Dudas sembradas. Pequeñas grietas en discursos blindados.
Si alguien, un día, frente a su rutina perfecta, piensa: "¿Y si todo esto es una mierda?" y sonríe... me doy por satisfecho.
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