Ozzy Osbourne (1948-2023): Cuando el Príncipe de las Tinieblas se llevó nuestro último War Pigs

El día que el rock dejó de toser (y empezó a agonizar)

Ayer, 22 de julio de 2025, Ozzy Osbourne se fue. No murió: se desenchufó, como un ampli al que le cortan la corriente en mitad de "Children of the Grave". El Pirata de Rock FM lo soltó entre dos riffs esa misma tarde, como quien no quiere llorar delante del micro, pero todos supimos que era el final de una era.



Yo tenía 14 años cuando escuché "Paranoid" por primera vez en una cinta de casete pirateada. Era 1985 y aquel sonido —esa guitarra de Tony Iommi que parecía serrucharle el cerebro a Dios— me dejó tan jodido como electrificado. No era la primera vez que escuchaba rock. Me desvirgué con algo más directivo: Status Quo. Paro para mí no era "solo" música: era un puñetazo en el estómago de la cultura nice imperante.

Black Sabbath lanzó "Paranoid" en 1970 (Warner Bros.), un disco grabado en dos días (fuente: Rolling Stone, 2015). Ozzy ni siquiera quería incluir "Iron Man": "Pensé que era una mierda", dijo en 2013 (Metal Hammer).

Ozzy no era un cantante: era un síntoma

No hablo del reality show, ni del murciélago decapitado en Iowa (1982), ni siquiera del "No More Tears" que sonaba en cada after de los 90. Hablo del último superviviente de una generación que creyó que el rock podía ser religión, veneno y salvación al mismo tiempo.

Porque lo era. Porque lo es. Porque así lo vivimos.

Cuando Ozzy gritaba "I'm going off the rails on a crazy train" (1980), no era una metáfora: era nuestra carta de presentación. Los freaks, los outcasts, los casos extremos, los que preferíamos el olor a cerveza rancia en un garito de una ciudad universitaria como La Laguna (Tenerife) al perfume de los hits de la radio popera.

"Crazy Train" (del álbum Blizzard of Ozz) vendió 4.5 millones de copias solo en EE.UU. (RIAA), pero Ozzy no vio un dólar hasta 2010 por los contratos leoninos de Jet Records (The Guardian, 2011).

Se apaga el escenario (y nosotros con él)
Tengo 54 años. Llevo cuatro décadas escuchando a Ozzy, a Lemmy, a Dio, a Cornell… Y ahora solo quedan los ecos. Cada vez que uno se va, me acuerdo de aquella línea de "Changes" (1972): "I feel unhappy, I feel so sad".

Pero esto no es nostalgia: es rabia.

Rabia porque el mundo ya no tiene espacio para los monstruos auténticos. Ahora todo es streamingplaylists y algoritmos que te recomiendan "similar to Black Sabbath" mientras entierran su esencia bajo etiquetas de "clásicos".

La última gira de Ozzy, No More Tours 2 (2018-2023), se canceló en 2023 por su enfermedad (Parkinson diagnosticado en 2003, según People). Su último concierto fue en Birmingham, donde empezó todo, el 28 de junio de 2025, hace solo 17 días. Quienes allí estuvieron no tienen palabras para rememorar esa experiencia donde todas las grandes bandas de una época vinieron a rendir homenaje al padre del heavy.

¿Y ahora qué, joder?
No voy a decir que "el rock ha muerto". Eso sería rendirse. Cualquiera que lo siga sabe que se sigue renovando continuamente. Aquí y en todos los lados. Pero sí digo que ya no habrá otro Ozzy. Ni otro disco como "Master of Reality" (1971), ni otro grito que despierte a los zombies de la normalidad.

Así que hoy, en vez de llorar, voy a hacer lo que él haría: poner "Sabbath Bloody Sabbath" a volumen de infarto, emborracharme con el recuerdo de los viejos conciertos (yo en la tercera fila, sudando litros, gritando "SHARON!" como un poseso) y recordar que, mientras quede una sola guitarra sin afinar en el mundo, nuestra época no estará del todo enterrada.

Ozzy, gracias por los excesos, los errores y la mala hostia. Dondequiera que estés, seguro que le has puesto los cuernos al diablo.


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Dignidad, palabra y criterio.

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