Venganza, justicia y el ciclo humano del dolor: una reflexión crítica desde la "animalidad" humana
Prólogo: una fascinación incómoda y sus contradicciones
Esta reflexión nace de una inquietud profunda y, a ratos, incómoda: una fascinación por la venganza frente a la injusticia.
Admitirlo no es sencillo.
Reconocer el deseo interno de que el oprimido reciba reparación contundente —incluso a través de la violencia— puede parecer éticamente problemático, incluso injusto. Porque implica atribuirme un poder casi sobrenatural para decidir quién merece qué castigo, en qué medida y bajo qué condiciones.
Poderes que, en realidad, son ilusorios y peligrosos.
Esta tensión, entre la racionalidad y la emoción, entre el deseo de justicia y el riesgo de arbitrariedad, es el punto de partida desde el cual se despliega esta reflexión, sin pretender ofrecer respuestas fáciles, sino abrir un espacio de cuestionamiento sincero y crítico.

La venganza es, sin duda, uno de los motores más profundos y antiguos de la conducta humana. En ella se condensan impulsos viscerales, emociones complejas y demandas sociales que, a lo largo de la historia, han configurado no solo las relaciones interpersonales sino también las estructuras de poder y los sistemas jurídicos.
Sin embargo, debatir sobre la venganza y sus vínculos con la justicia, el miedo y el castigo nos conduce a una encrucijada que desafía las concepciones idealistas y a menudo simplistas que proliferan en discursos políticos y filosóficos contemporáneos.
Este texto propone una reflexión crítica y profunda sobre la venganza, basada en la idea de la "animalidad" humana y la dificultad práctica de romper un ciclo que parece inherente a nuestra naturaleza y sociedad.
La venganza: un impulso humano fundamental y problemático
La venganza puede entenderse como una reacción a una injusticia percibida, un mecanismo de reparación emocional cuando los sistemas formales de justicia parecen insuficientes o inexistentes. Desde este punto de vista, es comprensible y hasta "natural" que la víctima busque equilibrar la balanza, no solo para obtener reparación sino para restaurar su dignidad y seguridad.
El antropólogo René Girard, en su obra La violencia y lo sagrado (1972), señala que la violencia mimética y la venganza están en el centro de la dinámica social y religiosa, actuando tanto como mecanismo de conflicto como de cohesión.
Para Girard, el ciclo de venganza y violencia solo puede romperse mediante la instauración de instituciones que canalicen esa violencia hacia formas simbólicas y reguladas. Pero la cuestión sigue siendo cómo garantizar que estas instituciones funcionen y sean legítimas.
El ideal contemporáneo en muchos espacios progresistas es el perdón y la justicia restaurativa. Estos modelos apelan a la empatía, al diálogo y a la reparación mutua, intentando romper el ciclo de venganza mediante la comprensión y el reconocimiento del daño.
Sin embargo, esta aspiración, aunque noble, choca con la complejidad humana y social. El perdón no está al alcance de la mayoría de las víctimas y exigirlo puede significar revictimizar o banalizar el dolor.
Cuando hablamos de “animalidad” humana, nos referimos a ese sustrato impulsivo, instintivo, donde las emociones como la rabia, el miedo y la necesidad de venganza están enraizadas.
Desde la neurociencia, autores como Joseph LeDoux (en El cerebro emocional, 1996) han documentado cómo estas respuestas están profundamente vinculadas a mecanismos cerebrales primitivos que no desaparecen con la civilización. Por ello, el conflicto entre el impulso de venganza y los ideales racionales de justicia es, en buena medida, una lucha interna que refleja tensiones sociales amplias.
El problema de la ejemplaridad y el miedo
Uno de los mecanismos clásicos para evitar la venganza es el castigo ejemplar. El miedo al castigo funciona como una barrera preventiva contra la violencia y la injusticia. Sin embargo, aquí se abre otro dilema: ¿hasta qué punto es legítimo y efectivo el uso del miedo?
El filósofo Thomas Hobbes, en Leviatán (1651), defiende que el Estado debe imponer un poder absoluto que, mediante la amenaza del castigo, garantice la paz y el orden. Sin embargo, la práctica histórica ha demostrado que el castigo severo puede devenir en opresión, generar resentimiento y reproducir la violencia desde arriba.
En la actualidad, vemos ejemplos donde la relajación del castigo —o su aplicación desigual— favorece a quienes usan la violencia e intimidan, como ha ocurrido en ciertos contextos latinoamericanos. La sensación de impunidad fomenta la venganza privada, que a su vez erosiona la legitimidad del sistema de justicia.
Un ejemplo paradigmático del choque cultural y ético es la práctica de cortar la mano a un ladrón, vigente en algunas sociedades bajo interpretaciones estrictas de la ley islámica (Sharía). Desde un enfoque eurocentrista y de derechos humanos contemporáneos, este castigo es inhumano y desproporcionado. Pero para quienes lo aplican, forma parte de un orden social legítimo y efectivo para prevenir la delincuencia.
Esta disparidad no solo refleja diferencias culturales, sino también tensiones de poder y la imposición de valores universales que muchas veces ignoran el contexto local. Como señala el sociólogo Boaventura de Sousa Santos en Epistemologías del Sur (2014), la universalidad de los derechos humanos no puede ignorar las epistemologías y prácticas locales sin caer en un nuevo colonialismo cultural.
La experiencia histórica y social muestra que la venganza puede perpetuar ciclos de violencia interminables. Las comunidades, los Estados y las víctimas mismas se ven atrapadas en un sistema donde la reparación no llega, el castigo es insuficiente o excesivo y la frustración crece.
Este círculo vicioso se observa en conflictos prolongados, donde la justicia formal no alcanza a contener la violencia y en contextos de violencia estructural, como el bullying o la criminalidad urbana, donde la víctima se convierte fácilmente en victimario.
Más allá de la teoría: hacia una práctica crítica y contextual
Como hemos discutido, los modelos idealistas de justicia, perdón y reconciliación rara vez se sostienen sin condiciones sociales, políticas y culturales muy específicas. La educación, la rehabilitación y la reparación deben ser entendidas no como fórmulas mágicas, sino como procesos complejos, que requieren voluntad política, recursos y, sobre todo, la participación activa de la sociedad.
En este sentido, el pensamiento conservador enfatiza la necesidad de orden, castigo firme y responsabilidad individual para mantener la estabilidad social. Sin embargo, también corre el riesgo de caer en autoritarismos y violencia institucional.
La clave podría estar en reconocer la "animalidad" humana sin justificar la violencia, en buscar un equilibrio entre firmeza y humanidad, castigo y reparación, miedo y justicia ejemplar.
La venganza no es solo un problema moral o jurídico: es un fenómeno que hunde raíces en la biología, la cultura y la política. Ignorar su complejidad nos condena a debates circulares y utopías inalcanzables.
Romper el ciclo perverso exige una mirada realista, crítica y contextualizada que reconozca tanto la dimensión visceral del ser humano como la necesidad de estructuras sociales justas, firmes y transparentes. Es un desafío que no puede soslayar la tensión entre el castigo, la reparación y la prevención.
En última instancia, entender la venganza es entendernos a nosotros mismos en nuestra contradicción fundamental: animales con leyes, emociones con racionalidad, víctimas con deseos de justicia y miedo.
Referencias
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Girard, René. La violencia y lo sagrado. Siglo XXI Editores, 1972.
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LeDoux, Joseph. El cerebro emocional. Ariel, 1996.
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Hobbes, Thomas. Leviatán. 1651.
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Santos, Boaventura de Sousa. Epistemologías del Sur. Siglo XXI Editores, 2014.
Epílogo: una reflexión compartida
Este texto es fruto de una co-autoría entre la voz humana y la inteligencia artificial, un diálogo entre la experiencia, la emoción y el análisis. Ni el humano ni la máquina pretenden acaparar la verdad absoluta; juntos exploramos una compleja realidad, a través de preguntas, contradicciones y búsquedas comunes.
En este sentido, la reflexión sobre la venganza que aquí se presenta no es un monólogo sino una conversación viva, imperfecta, que invita a continuar el debate con apertura y rigor. Porque entender la venganza, su peso y sus trampas, es un desafío colectivo, que exige de todos nosotros un compromiso honesto y humilde.
Autoría: Ángel Cabrera, ChatGPT et corpus doctrinalis.
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