Feminismo de la comodidad y señalamiento virtuoso: la hipocresía instalada
Este ensayo tiene un disparador. Ese disparador no es sino otro post virtuoso en LinkedIn. Otra vez alrededor de las mujeres y la igualdad. Uno de esos que exigían que en una reunión de empresarios, voluntaria, en un networking, hubiera más 50/50, en un sector donde no hay 50/50, pero que al parecer debe forzarse. De esos post que señalan y se lamentan por la complicidad masculina, como si no existiera una complicidad femenina.
De nuevo, en resumen, otro post de señalamiento virtuoso alrededor del feminismo de la comodidad.

Vivimos en una época de discurso fácil y compromiso superficial. Pocas causas han sido tan necesarias como el feminismo; y pocas han sido, al mismo tiempo, tan utilizadas como plataforma estética, moral o comercial.
El problema no es el feminismo: es su apropiación cómoda, selectiva, ventajista.
A este fenómeno lo llamo feminismo de la comodidad: un marco de pensamiento que promueve la igualdad solo cuando conviene, que exige derechos sin asumir responsabilidades equivalentes y que al mismo tiempo conserva privilegios heredados del patriarcado —siempre que le resulten útiles.
Este feminismo edulcorado selecciona la justicia como de menú: se exige “igual salario”, pero se evita el esfuerzo equivalente, se habla de “libertad sexual”, pero se censura al hombre que elige con sus propios criterios. Se grita contra la “opresión estructural”, pero se espera que él pague la cuenta.
Lo describió con lucidez Catherine Rottenberg en su estudio sobre el feminismo neoliberal:
“Se trata de una forma de empoderamiento centrada en el individuo, compatible con las exigencias del mercado, que no busca transformar estructuras sociales, sino adaptarse a ellas para mejorar la posición personal.”
Es un feminismo con branding, pero sin consecuencia. Basta mirar LinkedIn para encontrar su escaparate perfecto.
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LinkedIn: el altar del señalamiento virtuoso
LinkedIn es hoy menos una red profesional y más un teatro de exhibición moral. Allí se mezclan los discursos inspiracionales con la propaganda ideológica de bajo coste. Lo que debería ser una comunidad de intercambio profesional se ha transformado en un escenario de validación tribal.
Allí florece el señalamiento virtuoso (virtue signaling): publicaciones que no buscan cambiar nada, sino demostrar superioridad moral. Las fórmulas son predecibles:
Post en tono épico + hashtag #igualdad, #diversidad, #feminismo.
Anécdota forzada sobre cómo “yo contraté solo mujeres” (pero en departamentos donde ya son mayoría).
Frase condescendiente sobre “cómo los hombres deben deconstruirse”, sin una pizca de autocrítica personal.
Foto sonriente con mujeres del equipo, cuidadosamente elegida, con filtro aspiracional.
El problema no es que se hable de igualdad. El problema es que se instrumentalice como moneda de likes, como simulacro de justicia. Todo esto sin incomodar estructuras reales de poder, sin revisar sesgos propios, sin tocar los privilegios femeninos existentes.
Es una moralidad de cartón piedra.
Lo dijo con dureza Julie Bindel, feminista radical británica:
“El feminismo se ha convertido en una etiqueta que cualquiera puede usar, incluso mientras reproduce los mismos sistemas contra los que dice luchar.”
Y en LinkedIn, quien se atreva a señalar estas contradicciones no será considerado lúcido, sino “machista”, “resentido” o “no apto para el mundo actual”. La lógica es binaria: o asientes al dogma, o te conviertes en enemigo de la causa.
Por eso no publico esto allí.
Porque LinkedIn no es un espacio de pensamiento crítico, sino de adhesión performativa. Cualquier intento de conversación honesta se ahoga bajo la corrección impostada, las campañas de imagen y los aplausos automáticos.
No hay debate, solo eco.
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La conexión entre ambos fenómenos
El feminismo de la comodidad es la ideología que legitima privilegios sin nombrarlos. El señalamiento virtuoso es su propaganda blanda, su mascarada en espacios públicos. Uno justifica la doble vara; el otro la embellece.
Ambos se retroalimentan para:
Consolidar una versión del feminismo que no incomoda ni cuestiona.
Silenciar a los hombres que se atreven a señalar asimetrías.
Mantener los privilegios de élites femeninas en sectores “cómodos” (marketing, RR. HH., comunicación), mientras se ignora la falta de mujeres en áreas técnicas o físicas.
Todo esto bajo un barniz de empoderamiento que evita la verdadera igualdad. Porque la verdadera igualdad exige renuncias, no solo beneficios.
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El feminismo como estilo: estética sin política
Como explicó Rosalind Gill en su estudio sobre el feminismo posfeminista:
“El feminismo contemporáneo se ha transformado en una identidad estética y emocional. Ser feminista ahora es más una cuestión de estilo que de política.”
De ahí la proliferación de camisetas con lemas, campañas de moda que “apoyan la causa”, o influencers que usan el discurso feminista como parte de su marca personal. Todo eso tiene más de marketing que de militancia.
Incluso Chimamanda Ngozi Adichie, que fue símbolo global del feminismo accesible, advirtió:
“Cuidado con lo que llamo el 'feminismo light': esa idea de igualdad solo hasta donde no incomoda al sistema. No podemos aceptar versiones diluidas.”
Adichie también apuntó contra los estereotipos masculinos:
“A los niños se les enseña a no sentir, a competir, a dominar. La masculinidad también oprime.”
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El otro lado: los hombres también deben emanciparse
Aquí es donde la crítica se vuelve constructiva. Porque no se trata de oponerse al feminismo, sino de señalar sus usos espurios, su degradación simbólica y su desconexión de la justicia real.
Y también, de reconocer que los hombres están atrapados en sus propias jaulas culturales: la de ser proveedor, fuerte, invulnerable, competente, deseado, pero jamás necesitado.
Gloria Steinem lo expresó con claridad:
“Los hombres también son prisioneros del rol masculino. La revolución no es solo para liberar a las mujeres, sino también a ellos.”
Por eso este texto no es una invitación a adoptar la retórica MGTOW ni a replicar el resentimiento de ciertos espacios masculinos. El objetivo no es oponerse a las mujeres ni competir con ellas ni reclamarse víctimas permanentes. Especialmente, porque cada vez es más frecuente, evitar reclamarse como víctima permanente. Porque ya resulta agotador.
Es, simplemente, una invitación al autoconocimiento masculino.
A cuestionar los mandatos culturales que nos definen por lo que debemos ser: fuertes, proveedores, atractivos, exitosos… y a elegir desde la conciencia, no desde la expectativa ajena.
Porque el hombre que no se conoce, reproduce el rol impuesto. Y el que se conoce, puede liberarse de competir por validación y empezar a construir desde la autenticidad.
Y esa autenticidad también implica algo más: alejarse de mujeres que, desde el discurso igualitario, o no, siguen reproduciendo los mismos estereotipos de siempre. Mujeres que idealizan al hombre “alto, guapo, exitoso”, que reclaman caballerosidad como sinónimo de masculinidad, que buscan al proveedor decorado de feminismo —pero no lo reconocen como igual.
Del mismo modo que tantas mujeres decidieron legítimamente no vincularse con hombres que encarnan el patriarcado más rancio, también los hombres deben permitirse rechazar relaciones con mujeres que exigen empoderamiento solo en los papeles, pero privilegios tradicionales en la práctica.
No para crear una guerra de géneros, sino para promover vínculos más honestos. Basados en respeto mutuo, y no en roles reciclados bajo un barniz progresista.
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Cambio real vs. apariencia de cambio
El feminismo de la comodidad y el señalamiento virtuoso son los dos brazos de una cultura de la apariencia, donde la moral se mide en hashtags y la justicia en aplausos. Rechazar esta versión no es atacar al feminismo: es defender su versión más digna, honesta y transformadora.
La verdadera igualdad no necesita cuotas publicitarias ni carteles motivacionales. Necesita honestidad, reciprocidad, responsabilidad. Y también necesita espacios donde se pueda pensar, disentir y conversar sin ser cancelado.
Hoy, eso es casi utópico.
Por eso escribir esto fuera de LinkedIn ya es, en sí mismo, un acto de rebeldía.
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(Si no estás de acuerdo, siempre te quedará convertirte en una privilegiada de la casta política dentro del progresismo woke o bien un acosador dentro de la izquierda post-moderna, lo que, al parecer, lo mismo da, porque estando "en el lado bueno de la historia", todo es admisible. Incluso ser hij...)
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