Urbanitas dando sermones a la gente del campo: la condescendiente invasión de los ecobobos

urbanita y campesinos

El éxodo urbano hacia las zonas rurales durante los fines de semana y las vacaciones se ha convertido en un fenómeno común en los últimos años. Atraídos por la tranquilidad, la naturaleza y la aparente simplicidad de la vida campestre, muchos citadinos buscan un escape del ajetreo y el estrés de la ciudad. Sin embargo, esta incursión urbana no siempre es bienvenida por los habitantes del campo, quienes a menudo se ven confrontados con actitudes condescendientes y una visión romantizada de su forma de vida.

Vivo en un entorno rural, de historia rural, que es aledaño a dos urbes medianas (+100.000 habitantes) y que hoy es prácticamente un pueblo satélite dormitorio. Pero la tradición ganadera y agrícola sigue estando ahí, en la gente más vieja y en sus descendientes.

Como pueblo cercano solemos recibir la visita asidua de urbanitas y suelen darse multitud de anécdotas estúpidas como los ecobobos y ecobobas que vienen a dar sermones sobre la vida en el campo y que han aprendido viendo un TikTok o siguiendo a GreenPeace en Twitter.

Recuerdo que una vez una senderista de ciudad pasó por una finca donde había un burro con aspecto poco limpio y cuidado. No es que estuviera flaco y enfermo pero se notaba que no estaba cuidado como un perrito de piso que sirve para sustituir la ausencia de otro ser humano.

De hecho, lo que había pasado es que su propietario, un viejo octogenario, había fallecido no hacía mucho. Sus hijos no vivían en el pueblo y hacían su vida en la ciudad, así que el burro quedó abandonado. Algunos vecinos le echaban de comer y agua por lástima pero, obviamente, el animal no era suyo, no se hacían cargo tampoco, así que al final presentaba un aspecto algo sucio, no sufría de obesidad como muchos gatos urbanos y puede que tuviera unas cuantas garrapatas de más.

La cuestión es que la urbanita denunció por maltrato animal sin saber ni la historia ni a quién había denunciado y cuando la Guardia Civil se presentó no tuvo a nadie a quien ponerle las esposas, echarle un responso o sancionar.

Intentaron luego echar la culpa a los hijos que, evidentemente, no eran responsables tampoco, por mucho que queramos pasar el muerto, o en este caso el burro, a nadie.

Lo que sí sé es que la urbanita no se preocupó más por el animal pero sí aprovechó el asunto para ganarse unos cuantos aplausos en Facebook (todavía no había un TikTok en el que fardar). No se preocupó en que una Protectora se llevara el animal. Ni se preocupó por su estado ni vino a echar una mano a cuidarlo de vez en cuando.

Una vez se convirtió en heroína durante 15 minutos olvidó el asunto. Y sé de lo que hablo porque seguí el caso de cerca.

A esto me refiero con la actitud de pose y falsa de quienes viviendo en la ciudad vienen a dar sermones de vida a quienes sobreviven en el pueblo.

En este ensayo, voy a analizar críticamente la problemática de la invasión urbana hacia las zonas rurales, poniendo de relieve la falsa superioridad que algunos citadinos exhiben al interactuar con los que vivimos en el entorno rural y la idealización excesiva de la vida en el campo.

La condescendiente intromisión

Muchos urbanitas, al visitar las zonas rurales, adoptan una actitud de superioridad basada en su origen y estilo de vida, asumiendo que su conocimiento y experiencia son superiores a los de los agricultores y ganaderos.

Esta actitud se manifiesta a través de comentarios condescendientes, consejos no solicitados e incluso críticas hacia las prácticas tradicionales de agricultura y ganadería.

Ignoran el profundo conocimiento y la experiencia acumulada por generaciones de campesinos, quienes han desarrollado una profunda conexión con la tierra y sus ciclos naturales.

La sabiduría ancestral del campo, basada en la observación y la adaptación al entorno, es a menudo subestimada por aquellos que solo ven la superficie de las cosas.

La falsa superioridad

La falsa superioridad urbana se basa en una visión distorsionada de la realidad rural. Los citadinos que solo visitan el campo de forma ocasional no experimentan la dureza del trabajo físico, la incertidumbre climática, la soledad y el aislamiento que a menudo caracterizan la vida en el campo.

No comprenden los sacrificios que se hacen para llevar comida a la mesa, ni la profunda conexión que existe entre el campesino y la tierra que trabaja.

La idealización del campo

A la par de la condescendiente intromisión, existe una tendencia a idealizar la vida en el campo. Los citadinos que buscan escapar del estrés de la ciudad a menudo romantizan la vida rural, viéndola como un lugar idílico de paz y tranquilidad, donde la vida es simple y fácil.

Esta visión distorsionada ignora las dificultades y desafíos que enfrentan los campesinos a diario. La vida en el campo no es siempre bucólica y apacible; está llena de trabajo duro, incertidumbre y, en ocasiones, hasta de peligros.

La necesidad de un cambio de perspectiva

Es fundamental que los urbanitas que visitan las zonas rurales adopten una actitud respetuosa y humilde. Deben reconocer que la vida en el campo tiene sus propias complejidades y desafíos, y que los campesinos, los agricultores y los ganaderos, poseen un profundo conocimiento y experiencia que no debe ser subestimado.

En lugar de ofrecer consejos no solicitados o criticar las prácticas tradicionales, los urbanitas deberían escuchar, aprender y respetar la forma de vida de quienes visitan. La interacción entre el campo y la ciudad puede ser enriquecedora para ambas partes si se basa en el diálogo abierto, el respeto mutuo y la comprensión.

Ni mejor ni peor, solo diferente

La invasión urbana hacia las zonas rurales no debe ser vista como una oportunidad para imponer la cultura y los valores urbanos, sino como una ocasión para aprender, intercambiar experiencias y construir puentes de entendimiento entre dos mundos que, a menudo, se perciben como opuestos.

Es necesario superar la falsa superioridad urbana y la idealización del campo para fomentar una relación más justa y equitativa entre la ciudad y el campo.

Solo a través del respeto mutuo, la comprensión y la colaboración podremos construir un futuro más sostenible y armonioso para todos.

Y si no vas a venir con esa mentalidad y ese pensamiento, entonces, mejor no vengas y deja tus sermones y estupideces para cuando estés en el Starbucks con tu iPhone.

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