Por qué existe la sobrerregulación, cómo surge y por qué irá a peor, contado para niños.

Había una vez un pequeño pueblo llamado Estado. Allí, la gente vivía tranquila y feliz cultivando sus cereales y moliendo su harina, lo que les permitía sobrevivir tranquilamente.

En él solo había un pequeño molino que era útil para todos. En él, un molinero llamado d. Público se encargaba de moler el trigo, hacer el pan y mantener el edificio en buen estado y funcionamiento.


molino de viento

El molino no era muy grande, pero era suficiente para lo que la gente necesitaba. El molinero era alguien importante para el pueblo. Prestaba un servicio a toda la comunidad y era habitual que la gente viniera a consultarle sobre tal o cual asunto dada su relevancia y posición privilegiada.

Un día, el encargado del molino, don Público, pensó: "si pongo algunas reglas, podremos ser más eficientes en el molino y dar mayor utilidad".

Así que decidió establecer unas normas como la cantidad de trigo que debía aportarse para poner en marcha la rueda o el reparto de la harina si se molía el trigo de varios vecinos a la vez.  Luego vio necesario incluir algunas más como que la gente del pueblo debía lavarse las manos antes de manipular el trigo o antes de recoger la harina y también cómo debían transportarlo por los caminos desde o hasta sus casas.

Al principio, los vecinos estaban contentos porque todo parecía estar más organizado. Pero pronto, don Público construyó un nuevo edificio anexo al molino y allí puso a trabajar a algunas personas más para que controlasen si había suficiente corriente de agua en el río para hacer girar el molino. A unos pocos les dio palos de almendro para que en tiempos de sequía controlasen la cantidad de agua que usaban en los cultivos del pueblo, ya que le molino no podía parar. El molino era lo importante.

Ante el miedo a que faltase el agua se establecieron nuevas normas para todo el pueblo sobre cuándo y cómo se podía regar, cuándo y cómo te podías bañar o cuándo y cómo podías lavar tus platos o tu ropa.

Luego, el molinero, d. Público, pensó que era difícil distinguir a la gente del pueblo de los foráneos y estableció una norma sobre cómo se debería de venir vestido al molino para pedir sus servicios, pero temiendo que cada quien pidiera las cosas a su manera y que la nueva persona encargada de hacer girar la rueda no entendiese qué hacer, creó una cosa llamada formularios y un idioma especial para pedir que te moliesen el trigo al que llamó burocracia.

Así que ahora, al llegar al molino, con la cantidad exacta de cereales, tenías que ponerte en cola para solicitar que te moliesen el trigo o la avena, siempre que estuvieses vestido de la manera correcta, hubiese usado el carro homologado, te hubieses lavado las manos 3 veces con el jabón autorizado en la pila reglamentada.

Y, además, por eficiencia, decía d. Público, no podías moler otra cosa que no fuera lo predispuesto, más que nada porque en el formulario no se podía poner otra cosa. También impuso que todo el cereal se molía con el mismo grosor, ya no se podía pedir al gusto de cada quien. 

Como además, si lo recuerdas porque te lo he contado, d. Público tenía a su disposición a unas cuantas personas a las que le había dado palos para controlar cómo se usaba el agua del río, también les dijo que controlasen que se cumpliesen el resto de las normas.

Pero tener poder sobre el molino y todo lo relacionado con el molino ya no era suficiente porque ese cereal tenía que ser consumido, así que d. Público decidió en qué manera, en qué momento y cómo se debía consumir. ¡E incluso en qué platos y con qué salsas se podían consumir las tortas y los panes hechos con ese trigo! Porque así, se suponía, la vida sería más fácil y la gente debería ser más feliz.

Porque todo eso le parecía bien y bueno para el pueblo. Eso decía a todo aquel que quisiera escucharle. Pero íntimamente sabía que eso le hacía tener más y más poder sobre el pueblo. Claro que estaban quienes protestaban pero, si no recibían un golpe con un palo de parte de quienes habían sido designados para ello, entonces eran sancionados y se les prohibía venir al molino a moler su cereal.

Con el tiempo, el molino se hizo más y más grande y tan complicado que los vecinos no podían hacer nada sin primero preguntar al molinero o a su enorme lista de ayudantes. La vida ya no era simple ni alegre. Pasaban más tiempo llenando formularios y obedeciendo normas que disfrutando de sus días. "¡El molino está aquí para ayudarnos!" decían, pero cada día era más difícil cumplir con tantas normas.

El molino ya no era una ayuda, era una pesada carga. Una carga que en su mayor parte era innecesaria. Porque los vecinos solo querían moler su cereal. Cualquier cereal. El cereal que cultivaban. Y cultivar cualquier cereal. Así era todo al principio.

Los niños del pueblo, que siempre tenían las mejores ideas, se preguntaban: "¿Por qué el molino tiene que ser tan grande? Antes no era así y todo funcionaba bien". Pero cuando intentaron preguntar a don Público, ya no era el mismo. Se vestía con ropas lujosas y caras e iba rodeado por otras personas que llevaban unos gruesos barrotes de hierro que habían decidido comprar con parte de la harina que molían para la gente del pueblo.

El molinero, que ahora tenía miedo de perder el control y el poder que había ganado, ya no escuchaba las preguntas ni las circunstancias de nadie. Se escondía tras sus reglas. Y tras las reglas que protegían sus reglas.

Siempre respondía: "Las normas están aquí para protegernos. Si no seguimos cada dictado que he escrito al pie de la letra, todo se descontrolará". Y desde allí, desde lo alto de su molino, justificaba todas las nuevas normas, reglamentos y leyes que seguía produciendo sin preocuparse por cómo afectaban a la gente del pueblo.

Poco a poco, el molino siguió creciendo y creciendo. Ya no solo regía sobre la molienda del trigo o el maíz. Ahora también establecía normas sobre cómo se debían construir las casas con el pretexto de que los carromatos debían de poder circular sin problema por las calles, para así transportar cereal y harinas. También regía sobre cómo debían ser las cocinas. Y, en consecuencia, por precaución, sobre los dormitorios y los aseos de las casas.

Decidió que los niños deberían aprender todo eso en la vieja escuela porque si se acostumbraban a las normas desde pequeños serían más obedientes de adultos y se someterían mejor, no protestando ni cuestionando, ni las normas ni la labor de d. Público o su larga lista de ayudantes.

Pero un día en el molino trabajaba tanta gente, era tan complicado, se había vuelto tan pesado, no por las piedras sino por todas las reglas que había que cumplir para ponerlo en funcionamiento, que las ruedas del molino dejaron de girar. La gente ya no podía moler su trigo, ni hacer pan. La vida en el pueblo se volvió muy difícil. Además, la gente del molino, con d. Público al frente, se quedaba una parte de la harina tan grande que los vecinos apenas recibían un puñado de la que les correspondía.

Así que d. Público estableció nuevas normas que obligaban a cultivar tal o cual cereal, a producir tal o cual cantidad, a moler en tales o cuáles días. Y si no se cumplía con esas obligaciones, los vecinos eran duramente castigados. No importaba si no había llovido o si no había semillas o si un fuego había consumido los cultivos. Solo importaba cumplir con las reglas.

"Don Público, ¡el molino ya no sirve!", gritaban los vecinos. Pero don Público no escuchaba. Decía que las reglas eran más importantes que las necesidades de la gente así que seguía creando más y más normas que ahora estaban destinadas a proteger a las normas previas y anteriores.

También sabía que su poder, el que ejercía sobre el pueblo, emanaba en primer lugar del molino pero esa utilidad y ese sustento fueron cambiados por el poder que le otorgaban las reglas. Bueno, las reglas y aquellos a los que daba regalos y un palo para controlar a quienes no les gustaba todo aquello.

Con el molino detenido, la gente empezó a pasar hambre y morir. No había pan ni trabajos (que habían sido regulados con más normas), así que muchos decidieron emigrar, buscando otros lugares donde pudieran vivir sin tantas reglas que les impidieran hacer su vida en libertad. Solo se podía aspirar a trabajar en el molino pero el molino tampoco producía nada útil con lo que sobrevivir.

Los pocos que se quedaron intentaban subsistir como podían, pero sin el molino, el pueblo de Estado estaba condenado a desaparecer.

Los niños, que siempre habían sido los más sabios, lo vieron claro: "El molino creció tanto que ya no nos sirve. Si seguimos haciendo más reglas, nunca podremos volver a vivir como antes".

Pero ya era demasiado tarde.

El molino se había hecho tan grande y tan pesado, tan complejo y mantenía a tanta gente para que lo hiciese funcionar, que ni los más fuertes podían desmontarlo y romper toda aquella locura.

Y así, el pueblo de Estado se fue apagando, porque un molino que deja de girar, es un molino que deja de alimentar a su gente.

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Versión del cuento 1.1, revisada y autorizada en el edificio subanexo al anexo número 17 del molino de d. Público, según formulario CJ571-B17 sobre cuantos e historias de Estado autorizadas para ser difundidas.

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