Hipocresía Progresista: entre el discurso y la realidad

En mi país (posiblemente también en el tuyo) ser de izquierdas es casi un pasaporte moral. Es una etiqueta que, al lucirla, concede superioridad ética y exime de examen alguno. Se presume que quien se declara progresista defiende la igualdad, la justicia social y la redistribución de la riqueza. Pero, ¿es esto siempre cierto? Mi experiencia y observación personal me llevan a una respuesta amarga: no. Lo que en realidad veo a menudo es una gran función teatral, un desfile de virtudes públicas que encubre realidades privadas profundamente incoherentes.
Este pensamiento nace de casos concretos, pequeñas historias cotidianas que, por repetidas, dejan de ser anécdotas para convertirse en patrones. Personas que, con el pecho henchido, alzan la voz en favor de mayores impuestos para los ricos, pero que en lo privado emplean todas las argucias posibles para evitar contribuir más al erario público. Esquemas fiscales opacos, sociedades interpuestas, y demás artimañas que desmentirían sus propias palabras si se hicieran públicas. Estas personas, al parecer, creen firmemente en la redistribución... del dinero de los demás.
Pienso en casos emblemáticos, como el de ciertos personajes mediáticos que hacen del discurso igualitario su marca personal. Críticos acerbos de los grandes propietarios que especulan con la vivienda, pero que callan cómodamente sobre su propio parque inmobiliario. La contradicción, evidente y obscena, queda oculta tras un muro de fans que prefieren no mirar demasiado de cerca. Y sí, pienso en figuras como El Gran Wyoming, pero también en muchos otros menos visibles, más cercanos, que practican un progresismo de escaparate.
Resulta igualmente paradójico que grandes marcas consumistas, con cierto aire de elitismo, como Starbucks, Audi o Apple, se hayan convertido en señas de identidad de muchas personas progresistas. Estas empresas, que encarnan el capitalismo más voraz, son paradójicamente un emblema para quienes se supone que luchan contra la desigualdad y el consumismo desmedido. Comprar un café carísimo en un vaso reciclable de Starbucks o exhibir el último modelo de iPhone parece, en este contexto, una forma de proclamarse "progresista". Esta paradoja estúpida resume perfectamente la incoherencia de la que hablo.
No se trata aquí de demonizar a toda una ideología o de caer en el argumento simplista de que "todos son iguales". Mi crítica no apunta al ideal, sino a la praxis. Porque, para mí, una persona verdaderamente de izquierdas no es quien proclama ideales nobles desde la tribuna, sino quien los vive en su día a día. Pienso en figuras como Julio Anguita, cuyo estilo de vida austero y coherente era la mejor prueba de su compromiso. Anguita no necesitaba alardear de sus principios; eran evidentes. En cambio, lo que vemos hoy es una suerte de "pack progresista", un conjunto de poses y discursos que muchos adoptan porque está de moda, porque concede prestigio social o porque sirve de plataforma política.
Y es que la hipocresía no es solo individual; es también sistémica. Las sociedades latinas, tan dadas a la "picardía", ha normalizado una forma de corrupción cotidiana que se infiltra en todos los niveles. Hablamos mucho de los grandes escándalos —de los sobres en B, de los contratos amañados—, pero menos de las corruptelas diarias que también nos devoran. El favor a un amigo para colarse en la lista de espera del hospital, el expediente que se pierde o se adapta a conveniencia, la contratación directa disfrazada de necesidad urgente o los informes técnicos que milagrosamente respaldan las decisiones ya tomadas. Ejemplos hay miles.
Estas prácticas no son exclusivas de una ideología o de un grupo social. Son, como se suele decir, "la mierda debajo de la alfombra" en nuestra cultura. Lo sabemos todos, y todas, pero preferimos mirar hacia otro lado. Y mientras tanto, aplaudimos discursos vacíos y gestos simbólicos que no transforman nada. Pienso, por ejemplo, en las grandes corporaciones tecnológicas que se presentan como campeonas de la sostenibilidad y la inclusión mientras evaden impuestos a una escala monumental. O en los gobiernos que promueven leyes progresistas mientras perpetúan las mismas redes de clientelismo y favoritismo que siempre han existido.
Todo esto genera en mí una mezcla de ironía de supervivencia y melancólica añoranza por lo que nunca existió. Ironía porque, en el fondo, la hipocresía es tan predecible que resulta casi humorística. Melancolía porque, al mismo tiempo, esta incoherencia nos impide avanzar. Tenemos más cachivaches, sí, pero como colectivo de yoes estamos en el mismo lugar, centrados en el egoísmo y el abuso de poder. ¿Cómo vamos a construir una sociedad más justa si quienes se erigen como sus defensores principales no predican con el ejemplo? ¿Cómo vamos a cambiar nada si preferimos las apariencias al esfuerzo real que exige la coherencia?
Como liberal creo profundamente en la capacidad del individuo para marcar la diferencia. Pero también creo que esa diferencia solo es posible si partimos de una autocrítica sincera. Tal vea demasiado sincera para incluso pedir que se haga. Tan siquiera soñar con ello. No podemos esperar que los políticos, las empresas o las instituciones cambien si nosotros, como ciudadanos, no estamos dispuestos a hacer lo mismo. Después de todo, esas etiquetas están formadas por esos mismos ciudadanos, nosotros. Ser progresista no debería ser una etiqueta de moda, sino una forma de vivir. Una forma que exige coherencia, sacrificio y un compromiso real con el cambio.
En definitiva, mi crítica no es una llamada a abandonar los ideales progresistas, sino a vivirlos de verdad. A dejar de lado las poses y a enfrentarnos a la dura realidad de nuestra propia hipocresía. La propia. No señalar la ajena, para un bienquedao de libro. Porque solo cuando aceptemos nuestras contradicciones y trabajemos para superarlas podremos aspirar a construir una sociedad más justa y libre. De lo contrario, seguiremos siendo lo que tantas veces hemos criticado: el mismo perro, con distinto collar.
El mismo egoísmo, hambriento de poder.
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