Canarias, aduanas y frikis: haciendo memoria


El primer paquete que recibo en años gracias a Pablo Mendoza, fundador de AutoEscala.net, el foro de coleccionistas hispanos de automóviles a escala por excelencia. Un regalo de re-bienvenida que me ha encantado.

Durante casi diez años no sólo fui modelista y coleccionista. También fui vendedor y tuve mi pequeña tienda online, Gente y Juguetes se llamaba. Compré y vendí coleccionables de segunda mano y con los pocos beneficios que generaba me autofinanciaba mis vicios. Tuve hasta un apartado de correos que usaba para todo este (legal) trapichero.

Mi colección se llenó de piezas no vistas en Canarias (y algunas escasamente vistas en todos el país). Más de la mitad vino de Estados Unidos, Reino Unido, Alemania, Argentina, Japón, Francia, Italia, China y tantos otros lugares. Mi red de contactos a nivel mundial en el mundillo era, modestia aparte, muy extensa.

Conseguí que algunos fabricantes me enviaran piezas de muestra para escribir artículos sobre ellos en la vieja artecar24.com, hacía pedidos internacionales desde la isla de modelos que compraba para luego enviar a península. Formé grupos de compra de aficionados.


Y en ese apasionante y friki trajín siempre estaba la emoción de recibir o enviar un paquete. Durante algunos años guardé los sellos que venían en las cajas sólo por curiosidad.
Registraba cada pieza con su origen de compra y su valor de adquisición, más el de tasación (uno nunca sabe cuando se va a aburrir de su hobby y decide empezar a vender). La fotografiaba, estudiaba la historia del modelo original como los otakus se conocen las historias de sus personajes favoritos.
 

Y luego compartía y debatía en foros. E hice amigos, muchos, en la distancia, con un mar de por medio, pero gente que aún conservo y por la que sigue existiendo aprecio incluso habiendo diferencias.

Anécdotas que aún guardo en la memoria. Confesiones que aún siguen ahí, entre las neuronas. Y diversión, mucha diversión. Más algún que otro rifirafe, ya se sabe que en todos lados hay sal y hay pimienta.

Y es que hay que ser muy friki... e inteligente... para tener una pasión por algo y de manera inexplicable dejarte llevar, no por la razón, sino por el corazón y la emoción, sea lo que sea lo que te conmueva.

Aunque como bien sabes, para todo friki que de verdad se precie, lo que tú haces siempre está por encima de los frikadas de los demás. ¿No? ¡Jejeje! ¡Puñetero ombligo!
(Antes de seguir leyendo te recomiendo, si te ves afectado por la situación, entrar en el grupo de Facebook “Debate: Simplificar el trámite de Aduanas Canarias para particulares” donde entre otras cosas encontrarás un par de guías muy útiles.)

En mi viejo blog escribí en su momento varios artículos sobre las aduanas canarias y cómo en los últimos 5 ó 6 años ha afectado a modelistas y a coleccionistas... y a buceadores, runners, karatekas, otakus, bikers y cualquiera que en las islas tuviera una afición y quisiera comprar un producto a una tienda de Valencia, Barcelona, París, Londres o Berlín.

Resulta que para tener contentos al lobby de aduaneros, una casta heredada de nuestro mal parado puerto franco (algo que tanto nos benefició y de lo que sólo mantuvimos “lo malo”), agonizantes a causa de la crisis, se decidió que el pequeño trapicheo de paquetería entre particulares que corría a través de Correos y Telégrafos de España y que quedaba exento de IGIC, por lo tanto, de sentido común, exento de facto aunque no de norma del puñetero DUA, pasara por caja. Lo que tuvo ciertas consecuencias.

Hagamos memoria

Para que te hagas una idea, te pongo en antecedentes, muy a grosso modo. Nuestro puerto franco facilitó que Canarias viviera un poco al margen de la situación económica del resto del país hasta justito antes de la entrada en el euro. Era norma habitual que hubiera para todos los grandes fabricantes un Representante-para-España y un Representante-para-Canarias. Quizás el ejemplo más recordado fuera el del Camel Trophy, donde siempre había un equipo español y un equipo canario compitiendo. Al igual que era habitual que productos que se vendían en Canarias y eran habituales en otros países más adelantados fueran una rareza en Madrid o en Burgos.

Mayoristas, representantes y distribuidores de las islas negociaban directamente con fabricantes allende los mares. Compraban en origen, importaban y vendían localmente. El turismo peninsular se volvía loco por comprar una cámara de fotos o de vídeo, tabaco o una radio que, eso sí, debería de llevar al regresar a Península encima, no en la maleta. Los precios con respecto al resto del país en productos como el automóvil (este sí, imposible de llevar encima), más allá de las concesiones impositivas a los marquistas, eran muy abultados (recuerdo a un vendedor de Toyota hacia mediado de los noventa, uno que se jactaba de “su experiencia en Península”, que al mismo tiempo se quejaba de lo fácil que era comprar en las islas un todoterreno -cualquiera podía tener uno, decía-). Y en todo esto los aduaneros -a la par, entes privados ejerciendo una función pública- jugaban su papel tramitando papeleo, haciendo la vista gorda a los amiguetes, combatiendo al cambuyoneo que escapaba a su fiscalizador (¡$/€!) papel o financiando a la incipiente ATI en Tenerife o a Alianza Popular, el equiparable en Gran Canaria (o la que correspondiera según la isla) -y a buen entendedor pocas palabras bastan-.

Luego llegó el Discoplay, el Venca y tantos otros catálogos de venta por correo en los ochenta, junto a los muchos opositores peninsulares que desde la piel de toro se presentaban a las plazas canarias porque cobraban un plus por la lejanía (un administrativo del Ayuntamiento de Telde cobraba más que uno idéntico de Teruel). Desde aquí se compraba allá y desde allá se compraba aquí. Unos traían discos inconseguibles en las islas y otros mandaban a pedir tabaco barato (a ver si con suerte Correos no lo detectaba).

Muerto el rey, viva el rey

Hasta que todo terminó. Apareció Europa, el euro, el Régimen Económico y Fiscal de Canarias, la Zona Especial Canaria (un intento de zona franca que no ha obtenido resultado alguno) y el Impuesto General Indirecto de Canarias, hermanito menor del IVA. Moría el puerto franco. Todo iba a cambiar.

La primera consecuencia que se experimentó en las islas es la gradual desaparición de aquellos Representantes para Canarias de tantas y tantas marcas. Los de ámbito nacional, desaparecidos los argumentos que sustentaban la dualidad hasta ese momento, se comieron a los locales. Muchos negocios populares fueron cerrando poco a poco. Y los productos ya no venían de Londres, París o Roma sino de las zonas de tránsito y almacenaje de Barcelona, Madrid o cualquier otro sitio de Iberia. El comercial ya no tenía una voz dulce y compartía un barraquito con el dueño de la tienda, ahora seseaba y vestía traje, sólo aceptaba compras mínimas de tantas decenas de miles de pesetas (o tantos cientos de euros) y el envío se recibiría en un tiempo indeterminado que siempre duplicaba lo prometido.

Según desaparecían los nuestros subían los precios de aquello que se recibía, porque para los mayoristas a 2.000 kilómetros de distancia poner aquí una cámara de fotos o unos espaguetis o una maqueta o un repuesto de Peugeot le suponía un sobrecoste en gastos de envío... y aduanas. Todo empezó a ser más caro. Hasta la alimentación.

Porque como decía en este breve y grosero repaso histórico de lo que fuimos y lo que somos, de aquel llorado puerto franco sólo quedaron los aduaneros. Teníamos una “teórica” ventaja. Cuando los de allá vendían aquí no podían ni debían cargar IVA. Un 18 o un 21% (hoy) de ahorro, se nos suponía. A la llegada del producto al comerciante, éste pasaba y sigue pasando por el aduanero, que tramita el IGIC correspondiente (un 5% o 7% hoy). Eso debería significar que un pedido de 100 euros en zarcillos para la tienda de la calle Herradores se incrementaba hasta 105 euros. Pero la norma permitía que el aduanero cobrara la tramitación. Hasta cierto punto lógico si no fuera porque esa tramitación de DUA se disparó hasta niveles de locura. Se cobraban fotocopias o llamadas de teléfono. Lo que hiciera falta. A tal punto que una tienda veía duplicado el coste de un producto hasta el doble. Poner los zarcillos en el escaparate costaba en realidad 210 euros: 100 de producto, 5 de impuestos, 20 de gastos de envío... y 85 “por tramitación”, incluidas fotocopias.

Y llegó la “gran” crisis

Hacia finales de la primera década del siglo XXI la crisis se barruntaba por la oposición mientras que los gobernantes de turno veían finalizar todos los meses una situación pasajera que daría paso a unos brotes verdes que se harían y siguen haciendo de rogar.

En Canarias la crisis se cebó especialmente, como siempre de manera calladita, con los periódicos postrados al pie de unos líderes temerosos de que su tan preciado turismo se viera salpicado por las malas nuevas. Muchos pequeños negocios cerraban. El paro subía hasta superar el 30%. Se volvía disparatado entre los jóvenes superando el 50%. Las habituales calles comerciales de nuestros barrios se convertían en cementerios de locales vacíos, inalquilables e improductivos.

Y los aduaneros dejaron de ganar dinero gracias a aquel tránsito de comercio que venía desde los mayoristas y distribuidores peninsulares hacia las tiendas isleñas. Negocios cerrados producen una importación igual a cero. Y una importación que tiende a cero implica unos ingresos por tramitación aduanera de igual valor.

Alguien, supongo que borracho, en algún momento de esta fase de la historia, tuvo la dudosa lucidez de darse cuenta de que la norma otorgaba la exención del impuesto a importaciones menores a un determinado valor, que no recuerdo si era unos 150 euros (unas 25.000 de las viejas pesetas). Pero la exención del impuesto NO los eximía de la tramitación del DUA. Y aunque existía el derecho de la autogestión del dichoso papelito, su tramitación era (y sigue siendo) tan harto complicada y, además, dependía (y sigue dependiendo) en parte de gestiones del transportista, que la tal citada opción era (y sigue siendo) absolutamente inviable en la práctica.

Así que se formuló la norma de que todo el mundo tenía que gestionar su DUA, incluso los exentos, por lo que Correos empezó a derivar la pequeña paquetería a agencias privadas con el único fin de que gestionaran esos DUAs. Las quejas empezaron a llover porque en un pequeño pedido de 20 euros podías acabar pagando 80 porque la tramitación del DUA por parte de Transportes Fulanito o Agencia de Aduanas Menganito tenía tasado 60 euros por el servicio. O tal vez 50 o quizás 30... pero nunca barato ni económico. De hecho esas tarifas estaban pensadas para el mundo de la empresa, no del particular. Una salvajada. Las broncas en los mostradores de Correos eran diarias. Además, para “justificar” el papel fiscalizador se empezaron a abrir paquetes de manera aleatoria, desaparecían contenidos o algunos nunca llegaban a destino. Situaciones que antes nunca se habían visto o, desde luego, eran totalmente inusuales, se volvieron molestosamente normales.

Correos tiene una idea

No contentos con la situación en ese momento, a Correos y Telégrafos de España, no sé si con la buena intención de acabar con aquella situación, o con la más que probable mala intención de sacar tajada al asunto, empezó ella misma a gestionar los DUAs de exención de IGIC, por el que te cobraban 6 euros al principio y 12 euros en los últimos tiempos.

Y esto se aplicaba siempre, en todas las situaciones. Un amigo tuyo de Barakaldo te quería regalar unos discos firmados por los componentes de la Polla Records que tenía por ahí, en un mueble, y ya no quería. Cuando ibas a recoger tu sobre acolchado en el mostrador de Correos la ex-funcionaria de turno (ya sabes lo que supuso para ellos su reconversión en empresa privada) te sacaba un papelito en blanco con unas pocas letras arriba, todos los recuadros vacíos, un check list donde salía por defecto seleccionado la opción “exento” y te pedía los 6 u 12 euros. Aquello se convirtió en un impuesto revolucionario que, sí o sí, tenías que pagar, por muy injusto que fuera.

Como la crisis no pasaba y los brotes verdes se esfumaban, con la llegada del Partido Popular y los recortes, las subidas impositivas y demás vendimias ideológicas, el gobierno autonómico de estas islas decidió anular la exención. Ya de paso y muy oportunamente dio argumentos para que Correos y el resto de transportistas privados siguieran facturando entre un millón y tres millones de euros que, según mis dudosos calculos hechos en aquella época y publicados en mi viejo blog, podían estar facturando por esa tramitación absolutamente innecesaria y estúpida. Dinero que, ya de paso, no iba a las arcas públicas, sino a las privadas, pero que en el mostrador te vendían como “una cosa del gobierno”.

Con el fin de la exención te podías encontrar en esta situación. Por tu cosa favorita comprada por 10 euros en tu-tienda-favorita.com pagarías 70 céntimos de IGIC y 12 euros por el puto papelito. Total 22 con 70. Es cosa del gobierno, decían. Me repito, 70 céntimos para las arcas públicas y 12 euros para las arcas de Correos. ¡Algo no estaba funcionando del todo bien! Eso con suerte porque si te tocaba un transportista privado la cosa se podía poner en 10 del producto + 0,70 del IGIC + 50 por tramitación... y fotocopias.

De mercado común a consumidores de segunda

Aquellos artículos que en su día escribí y otros muchos de otros tantos blogueros con distintas aficiones fueron las primeras voces que hacían visible toda esta mierda tan conveniente para unos y otros. Veíamos como la situación nos convertía en consumidores de segunda y nos sacaba del tan mentado mercado común porque nos desplazaba y alejaba de las oportunidades que tenían un ibense (gentilicio de Ibi), un gaditano o un leridano. No sólo los productos nos costaban más a causa de la lejanía. Es que además teníamos que sustentar a un lobby que languidecía en una agónica y larga muerte en favor de un pago de favores viejunos ejercidos en épocas pasadas.

Algunos funcionarios del Instituto Tecnológico de Canarias y algunos profesionales de la comunicación empezaron a preocuparse, de verdad, por este asunto, oculto aunque a la vista de todos. Se generaban casos tan rocambolescos (los recuerdo de comentarios en aquellos artículos) como el de la chavala que su hermana le había enviado un paquete con el traje de madrina que usó en su boda cuando fue a Madrid, y que había llevado desde Canarias, pero que se dejó olvidado en el hotel, y por el que le hicieron DUA y se le re-cobró IGIC en Correos. ¡Una absoluta gilipollez! Y como ésta, cientos de anécdotas. Absurdas todas ellas. Unos cuantos años después se empezaron a oír algunas tímidas voces en el Parlamento nacional, especialmente en boca de una pequeña pero peleona política, de las pocas que personalmente admiro de ese mundillo de mentirijillas y contradicciones. El asunto empezó a coger cierto hervor hacia finales de 2013, principios de 2014. El boom de la burbuja emprendedora en las islas (que sigue el rastro de la nacional) afloró aún más el problema, dado los inmensos muros que ponía al ecommerce isleño. Vinieron las primeras protestas virtuales vía change.org lideradas oportunamente por oportunos e-líderes. Para desembocar en la situación actual.

A finales de 2014 se empezaron a oír rumores sobre los cambios que de manera aleatoria se venían viendo en los mostradores de Correos desde abril de ese año. En diciembre de 2015 los emprendedores locales de negocios online dieron saltos de alegría y los de ámbito nacional vieron por fin abiertas las puertas a vender a los casi dos millones de potenciales consumidores canarios. Veíamos desaparecer las advertencias que en muchas tiendas digitales eran norma habitual, ese párrafo que ponía, en negrita y subrayado, lo de “no vendemos a Canarias” (puestos ahí más con la intención de evitar la lluvia de protestas que por otra cosa, no se me hinche el pecho, querido lector).

Por fin parecía que volveríamos a ser europeos o al menos a tener las mismas opciones. Los buceadores podrían comprarse ese regulador tan chulo que en Canarias cuesta cuatro veces más. Los otakus podrían comprar en eBay ese número descatalogado de su manga de culto. Los restauradores podrían conseguir esa pieza ireemplazable tan necesaria para terminar su 600. Pero lo cierto es que aún no está todo resuelto.

El adiós al DUA no es un adiós sino un me voy hasta la esquina pero me quedo cerca. Se han callado algunas voces. La de los particulares, que habiendo recuperado la tranquilidad de sus aguas (léase ombligo) vuelven a su silencio recurrente. Pero el problema sigue ahí. Seguimos siendo la comunidad autónoma con los precios más altos en una región con la tasa de paro más alta y los salarios medios más bajos. Es incongruente. Pero esos precios altos no son producto -siempre habrá excepciones- de la usura de nuestros comerciantes sino de los costes innecesarios que la actual burrocracia suma a los costes inevitables.

¿Siguiente capítulo? Está por ver, pero aún no está tan claro. Desde luego, para los emprendedores de negocios online aún hay excesivas barreras para entrar en el mercado peninsular y europeo. Y a la inversa seguimos pagando la agonía de los aduaneros, de una manera silenciosa eso sí. Al menos los frikis hemos resuelto (aparentemente) nuestra papeleta. Podemos volver a e-consumir. ¿O no?

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